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Opinión: ¿Cuánto aguanta la naturaleza?

Por Claudio Campagna

Argentina fue país ballenero, lobero y ahora será “guanaquero”. Usar a bichos y bosques para mover la rueda económica humana es idea vieja. Entre los siglos XVIII y mediados del XX, bajaron desde el norte, hacia los mares australes, barcos cargados de manos, palos y arpones; volvieron a subir con pieles y aceite. Cazaron ballenas, focas, pingüinos.

No sólo cazando se mata industrialmente. La pesca de gran escala lo hace pescando. Pescar es matar animales. Hay que decirlo, porque a veces no se considera a los peces como formas de vida. Se los ve apretujados en la red o boqueando panza arriba, la mirada de vidrio, convertidos en objeto, como piedras blanditas y olorosas, sin respiro.

Pero el propósito no es criticar el “apaleo”, el “arponeo” y otras maneras del aniquilar. Todos los días se matan vacas y pollos, se dirá. Cierto. Habrá una grosera diferencia entre animal doméstico y ballena, pero muerte es muerte. Lo importante acá es pensar la justificación, el porqué. ¿Cómo se justifica la matanza a escala industrial de especies naturales?

Tomemos el caso de los lobos marinos. En la Patagonia argentina, durante la primera mitad del siglo pasado, se los mató en cuantiosas cantidades. ¿Medio millón? ¿Más? ¿Por qué? Respuesta: porque eran muchos y comían peces; de no intervenir, arruinarían el país. Los promotores del argumento dijeron: “son plaga”, y el Gobierno dijo: “son plagas”. Y los loberos dijeron: “quiero matar, comerciar, ganar plata y un premio al ciudadano ilustre”. Y el Gobierno autorizó, la matanza ocurrió, plata hubo poca y nada de premios. Lo que más hubo es menos lobos. Pasado medio siglo, las poblaciones siguen por debajo de los niveles de antaño.

Con las ballenas se repitió la historia. “Hay como para hacer dulce”, dijeron los capitalistas balleneros, “como para hacer dulce” dijo el Gobierno, y la afirmación de abundancia alcanzó para justificar uno de los peores faunicidios de la historia. Por obra y gracia de un noruego de apellido Larsen, se creó la Compañía Argentina de Pesca S. A., CAP. Hubo plata para barcos a vapor y concesiones de caza en las Islas Georgias. Hubo galpones construidos para desollar animales (infraestructura que quedó abandonada y sirvió de pretexto para el inicio de una guerra).

Hubo arponeros y faenadores y caldereros. Y hubo 20.512 ballenas aniquiladas, sólo en los mares de Georgias y en el primer cuarto de siglo de existencia de la CAP. Hoy, los descendientes de los partícipes son todos ricos, fueron educados en las mejores universidades del universo y gozan de planes de salud inimaginables… lástima que no sea cierto. Se dirá: “quién sabe cuántas conmociones cerebrales se evitaron quemando aceite de ballena en alumbrado público”.

Lo que pocos saben es que, durante la Primera Guerra Mundial, con derivados del aceite de ballenas se elaboraron explosivos; fresquitos: de los mares del sur directo a la trinchera. Sin duda, se encontraron porqués también para eso.

Hoy la rueda rueda ya no más alimentada por lobos y ballenas; sólo japoneses, noruegos y otros pocos macanean acerca de sus tradiciones para seguir arponeando. La nueva ola, en nuestro país, no es pro-arpón ni pro-palo, podría ser pro-tiro. En la actual coyuntura, el enemigo es el guanaco. “Hay guanacos para hacer dulce”, se dice… y se acaba de autorizar la matanza de 6.000 sólo en Santa Cruz. “Es proyecto piloto” se dice… ¿será que piensan autorizar el doble, el triple…?

Siempre se mataron guanacos. Los tehuelches eran expertos. Cada perro ovejero patagónico funciona, en parte, a base de carne de guanaco. Se la provee el puestero, que también la come porque es carne de primera, que caza guanacos autorizado por el dueño, autorizado por el Gobierno. Un dueño dice: “en mi campo hay guanacos como para….”. Y el Gobierno acepta y otorga. El dueño dice: el guanaco rompe alambres, toma agua, come la planta”. Y el Gobierno asiente y firma. Listo el pollo. Si la hecatombe llamada guanaco no es tal, importa poco. El dueño manda, para eso es dueño… de las ovejas, que no son plaga, faltaría más.

El Ministerio de Ambiente acaba de autorizar matar 6.000 guanacos en Santa Cruz. La idea sería arrearlos, esquilarlos y sacrificarlos. ¿Por qué? El “para qué” es menos relevante: las mentes creativas de los “emprendedores” siempre encuentran una explicación a la hora de hacer daño. Los justificativos rezan: los guanacos cruzan las rutas y causan accidentes (no importa si se anda a 150), o: en Santa Cruz hay más guanaco que gente, y el bicho dañino desertifica. Algunos científicos aseguran: “las poblaciones aguantan, métanle tiro nomás”; muchos otros desaprueban.

¿Es que se perdió el sentido común? La racionalidad requiere esfuerzo, ¿pero el sentido común? A los guanacos de Santa Cruz se los matan como se suben montañas: porque están ahí. Se los mata porque un dueño de campo dice que, vendiendo vellón y carne, se va a hacer rico él, dará trabajo a diestra y siniestra, y todos sus empleados se atenderán en la clínica a la que va Maradona… Lo dudo.

En nombre de la razón se cometen sinrazones nutridas en el mal reclamo social y en la enferma letanía sobre la pobreza, siendo que no se mira la injusta repartija de la riqueza. Estamos ante argumentos que perduran porque detrás están las instituciones de la propiedad y de la administración pública, poderes ejercidos en aparente sincronía con lo sustentable. Lo único que se sostiene es el golpe asestado a la naturaleza.

(*) Biólogo y médico (UBA- UCLA) – Nota publicada en el diario Clarín-

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